El "quien quiere, puede" se ha convertido en un instrumento legitimador de desigualdades. El discurso del mérito y del talento ha convertido en individuales problemas estructurales. Y nos ha convencido de que si las mujeres no llegamos a la cima es porque no nos esforzamos lo suficiente. Ásí se perpetúa la construcción del poder al servicio de los hombres (normativos) y la (re)producción de sus intereses e interpretaciones de la realidad. Algo especialmente hiriente en el caso de la publicidad.