Desde que en 2008 se estableció el 15 de octubre como Día Internacional de las Mujeres Rurales, en torno a esta fecha se multiplican las frases acerca de la relevancia de las aportaciones femeninas para el desarrollo económico, social y territorial, para la seguridad alimentaria de los pueblos o para la dinamización de las comunidades. Según las Naciones Unidas, "representan más de un tercio de la población mundial y el 43% de la mano de obra agrícola. Labran la tierra y plantan semillas que alimentan naciones enteras [...] Tienen gran potencial para abordar los problemas climáticos y para responder a los desastres naturales. Tienden a tomar decisiones sobre el uso de los recursos y las inversiones, dando prioridad al interés y al bienestar de sus hijos, familias y comunidades [...]" (más información: http://un.org/es/events/ruralwomenday/).
Sin embargo, a pesar de ejercer un papel fundamental para la pervivencia del entorno, experimentan distintas formas de desigualdad económica, política y social... Y, salvo cada 15 de octubre, una falta de valoración generalizada. Surgen entonces las preguntas: ¿Si son tan importantes cómo son tan invisibles? ¿Cómo puede haber tal carencia de datos? ¿Tal ausencia de reconocimiento social e institucional? Acople vez más, la respuesta se encuentra en la estructura machista sobre la que se construyen nuestras sociedades.
Un sistema que se sustenta en la asimetría y en el desequilibrio de poder entre público y privado, entre producción y reproducción, exaltando la independencia
y la (mal entendida) autonomía como principios deseables e indicadores de éxito. Como nos recuerda Amaia Pérez Orozco (2014: 210): "La vulnerabilidad y, por ende, la interdependencia son
condiciones básicas de la existencia y, sin embargo, se nos impone un modelo normativo de autosuficiencia: la figura que la economía feminista ha denominado trabajador champiñón".
De esta manera, se establece un "modelo perverso de sociedad" en términos de Dolores Juliano (2011: 25) que se basa en negar la vida y en normativizar un patrón excluyente de masculinidad. Como resume Mary Mellor (2007: 42):
"En la construcción del "hombre económico" algo queda excluido: la parte natural de la existencia, la expresión carnal de su humanidad y sus necesidades biológicas y su arraigo ecosistémico. La economía solo quiere al "hombre" cuando éste está en forma, maduro, pero no viejo, capaz de moverse y sin demandas extrañas. La economía no necesita su infancia, sus enfermedades, su hambre, su necesidad de descanso y sueño, sus prendas sucias, sus preocupaciones, el cuidado de sus hijos, sus envejecimientos, sus responsabilidades. [...]"
Esta concepción excluyente de la realidad es la fuente de las diferentes formas de discriminación que experimentamos las mujeres, también de la invisibilidad. Unas opresiones que, cuando interseccionan con otras experiencias subalternas como la ruralidad, ven multiplicados sus efectos.
Folleto del taller "Revalorizando nuestros saberes invisibles (hasta ahora). Más información: https://www.aradiacooperativa.org/formaci%C3%B3n-presencial/
En este sentido, entender las estructuras que explican los procesos de ocultación de las realidades femeninas es clave para poder subvertirlas. Partiendo de esta idea, diseñamos el taller "Revalorizando nuestros saberes invisibles (hasta ahora)" con el que buscamos generar un conocimiento colectivo sobre las distintas formas de opresión que experimentamos las mujeres (poniendo el foco en agricultoras, ganaderas, pesqueras...). No obstante, donde hay opresión, también hay resistencia, por lo que es fundamental poner en diálogo todas las estrategias y herramientas que se han desarrollado para sobrevivir en entornos hostiles. Y, así, potenciar procesos de autoestima y de fortalecimiento de vínculos grupales. Y contribuir al desarrollo de empoderamiento individual y colectivo... ¿Nos ayudas?